Una jacaranda en medio del patio | Zel Cabrera

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«¿Cuando uno habla y conversa es hacer poesía? ¿Cuando uno recuerda, enumera cosas, es hacer poesía? ¿Si hago una lista de las posesiones que hay en una casa es hacer poesía?Podría ser que, ahora mismo, yo acá, usted, quien quiera que sea, estemos haciendo poesía. Porque la poesía se hace, es un puente, un cierto humor, es el humo que sale en la foto de un pan recién hecho. La poesía es lo profano, lo inmoderado, el borde del vestido, la máquina de coser Singer, es una niña que aprende a caminar a los seis años, es su madre que le da indicaciones para vivir, para hallar marido.Estos poemas-retratos de familia de Zel Cabrera hablan de un árbol que una mujer dio a sus hijas. La bisnieta de esa mujer abre la puerta de la casa y nos hace pasar al patio. Cada historia familiar es cercana, están ahí los secretos de familia, el adulterio, la avaricia, la envidia, lo que se cuenta y lo que no debería contarse. Una familia hecha de mujeres: tías de una casa de provincia que arde de calor y de tempestad. Cada mujer se vincula al árbol original, y es flor o raíz, es agua y tierra, y una palabra sencilla que tiene peso y enciende algo».

Brenda Ríos

 

«Una tarde, hace un año atrás, Zel Cabrera leyó Una jacaranda en el medio del patio, en una sala del Jardín Botánico de Culiacán. Entonces era una poemario inédito, un puñado de poemas hermosos tipeados en varias hojas de papel. Recuerdo que Zel empezó a leer bajito y su voz fue elevándose a medida que pasaban los versos. Una hebra vegetal y amarilla, más fina que un cabello, la voz de Zel, la poesía de Zel, empezó a crecer, a trepar por las paredes del auditorio, como una enredadera que se hace desde abajo yendo hacia la luz.

Debajo de la jacaranda plantada por la abuela en un patio de provincia, una constelación de mujeres crece, vive, muere, sobrevive a veces como quiere y a veces como puede. La madre ejemplar, la puta, la preñada, la que se casa por dinero, la que se queda viuda o solterona para siempre, la que se hace policía. Todas miran el cielo recortado entre las ramas de la jacaranda. Zel Cabrera también. Pero también las mira a ellas y las escribe con pulso firme y amoroso. Hay además de belleza —o tal vez allí habita la belleza de estos poemas— una comprensión honesta y amorosa por la otra, aun por aquella con la que se no comparte nada».

Selva Almada