A los relatos que componen Hermanos ciervo los traza una voz ideada como un artefacto delicado y melancólico. Uno que, bajo el pulso del tiempo y la rutina, va delineando un universo de personajes que gravita entre lo cotidiano y lo irreparable: la soledad, el desencanto, la traición o la muerte.
A medida que recorremos el imaginario geográfico del autor, —ya sea en un trayecto al sur, en la visita a una isla desconocida, o recorriendo los barrios de Santiago—, se busca reconstruir el cuerpo del vacío.
Sin desconocer que entre las ruinas personales, se asoman iluminaciones diminutas, destellos de luz con forma de pequeños afectos, que nos hacen sospechar, que quizás al final del camino, existe la posibilidad de alivio y redención.
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«Los personajes de Hermano ciervo no gritan, no hacen deportes, no van a fiestas. Es gente tímida, que nunca estuvo en la cumbre, gente de apariencia templada que arrastra el tiempo y grita en silencio. Gente sola, que no quiere estar sola. Hijos, padres, peluqueros, estudiantes, hermanos, pensionistas, amantes: tipos comunes y corrientes, que miran cómo se les va la tarde o se trizan sus vidas con el mismo gesto indolente. Sin alardes, con respeto o aquiescencia o, quizá, sincera resignación frente a la desgracia».
—Alejandra Costamagna