Un recuadro con un frontis de tela de teatrino: el titulo del poemario propone un escenario todavía vacío. Y como tal, entraña la promesa de que ahí, adentro, muchas cosas van a ocurrir. Cada poema será un sketch, la actuación de uno o más personajes (hombres y mujeres, animales, cosas y hasta ideas abstractas, quedan bajo la impronta bufonesca del títere). Por ejemplo, tenemos la disertación filosófica de un durazno, o el imperturbable desempeño nocturno de un tren que se va, o también el diálogo sin respuesta de un espejo deforme; el decorado de un pozo en el que se despierta el poeta incluye la docta conferencia de un grupo de cosas calladas. La "personificación" de un poema ataviado como héroe en su modalidad de monito de plástico. Incluso, hay un especial de Dios, jugando de pésima manera al golf, además de la entrevista a un Cristo mudo. Imperdible la acrobacia de los pájaros que no pueden evitar estrellarse con el vidrio invisible del escenario. Un acto de magia que revela, a través de la venda, ectoplasma, o aquella escena de comedia blanca cuando una puerta, con todo merecimiento, se engulle al pesado del vecino; o el monólogo interior de una puerta que no sabe para qué sirve la basura acumulada delante de ella. El soliloquio de un gusano barrenador. El alma es un títere defraudador de la religión, una tórtola vulnerable y estúpida. Pero también es una meditación zen que, desde la leche del cereal, descubre las patitas de la mosca. Para concluir, en plan estelar, el guiñol de un parapente se revela como el director de escena que ha intervenido en todos los números. Por otro lado, la dedicatoria, un polichinela más, sugiere que todo se trata de un regalo de infancia.
—Ricardo Castillo