Cuando era niño teníamos en la sala un reloj analógico: redondo, fondo negro, marco blanco. Lo que más me sorprendía de ese artefacto es que, según la lógica de su mecanismo, todos los días sus manecillas giraban 1, 24 y 1440 veces, respectivamente y, sin embargo, yo sólo había visto moverse el segundero. No sé si fue excentricidad mía o si le pasó a varios niños, en algún momento sospeché que las manecillas sólo se movían cuando las miraba, así que, para desvelar el engaño, me propuse ver el minutero sin parpadear durante más de un minuto. Como es natural, fracasé en todos mis intentos, pero ahora que soy adulto, no he perdido interés en el tema; sigo pensando en los movimientos subrepticios del tiempo, ya no el que miden los relojes, sino en el de los calendarios, pues pienso que ilustra lo que llamamos «nostalgia».
Pienso en esta paradoja: mientras que las pérdidas súbitas, de cualquier tipo (amigos, parejas, salud, trabajo, cosas materiales), nos cimbran, nos irritan, nos deprimen, nos enlutan, según el caso; hay otras pérdidas tan graduales que apenas y nos damos cuenta, aun cuando son más graves que las que nos ponen en duelo. Cualquiera que enliste lo que perdió los últimos diez, veinte, treinta años, tiene material para un novelón, pues con el tiempo perdemos personas queridas, perdemos el mundo en el que vivimos y nos perdemos nosotros mismos, aquel que fuimos. Pero no digo esto para deprimir a nadie, ni para deprimirme, al contrario, lo digo porque pienso que, una vez aceptando que la vida tiene cierta programación y ciertos mecanismos, hay que buscar cómo hackearlos. Creo que tal como podemos volver a los libros o a las películas que disfrutamos, sería maravilloso que pudiéramos volver a etapas o episodios entrañables de nuestra vida, así, a botepronto, se me ocurren algunas posibilidades:
1. Por medio de viajes en el tiempo, para volver a recorrer, no todo el itinerario de la vida, qué aburrido; sólo ciertas estaciones muy significativas; pero como no hemos logrado desafiar esas restricciones de la física y el tiempo, salvo en hipotéticos viajes interestelares y en experimentos con relojes atómicos, con los que sólo se ganan microsegundos, que no alcanzan para hacer nada divertido…
2. Otra posibilidad más cercana, supongo, a juzgar por el desarrollo de la nanotecnología y la biotecnología, sería que, como en el episodio 3 de Black Mirror: The Entire History of You,se registrara todo lo que han percibido nuestros sentidos y pudiéramos desplazarnos por ese registro a capricho, como en un video, si no para vivirlo, al menos para recordarlo con detalles muy precisos; pero como no existe ese registro, ni esa tecnología, aún…
3. Quizá podríamos movernos de una manera menos ortodoxa, con uno de esos métodos parapsicológicos, aprovechando que nunca han estado subordinados a las limitaciones tecnológicas de su tiempo, ni a la dictadura de la ciencia y, según dicen algunos esotéricos, nos permiten viajar hasta el día de nuestro nacimiento o, para los más nostálgicos, hasta el útero de su madre; pero como no creo en ninguno de esos embustes, ni se me hace buena alquimia transmutar dinero real (físico o digital), por un montón de humo…
4. He aquí una oportunidad para probar la famosa hipnosis, que si bien se debate y tiene muchos detractores, también tiene quien la defienda, y no sólo los que creen en los mensajes ocultos en el agua, sino personas alfabetizadas científicamente; pero como jugar con la mente es peligroso y, según ilustra la película Eternal Sunshine of a Spotless Mind, la memoria tiene conexiones insospechadas y, por tanto, son impredecibles los efectos de mover cualquier circuito…
5. Una opción menos invasiva, sería que todos tuviéramos nuestra biopic o nuestra serie biográfica, y fuéramos interpretados por algún actor amateur o un youtuber sin muchos seguidores; pero como hay actores que no saben actuar, mas no que no sepan cobrar, muy pocas personas podrían solventar una producción audiovisual, sólo por una especie de capricho nostálgico…
6. También podríamos tener nuestra autobiografía escrita, sólo para leerla nosotros y, según nuestro grado de vanidad o impudicia, dársela a leer a otros; pero como los «negros literarios» y los pasantes de Letras también cobran (esas Maruchan no se pagan solas)…
7. En una de ésas, hasta escribimos nosotros los episodios que nos interesan, a nuestro antojo; pero qué joda sentarse a escribir un libro del que ya sabemos todos los detalles, además de que se requieren demasiadas horas para redactar lo que sea, ya no digamos para corregir, y menos, para dar forma y estilo…
8. En lugar de actores de medio pelo o youtubers de pocos seguidores, de «negros literarios» o pasantes de Letras, podríamos esperar a que Silicon Valley diseñe una especie de videojuego configurable al gusto: rasgos físicos, personalidad, habla, relaciones personales… de esta manera, además de nuestra propia vida, podríamos vivir los contrafácticos, a ver que hubiera pasado si hubiéramos hecho esto o aquello, como una hiperficción; pero como quién sabe cuánto se tarden en diseñar ese biogame…
9. Quizá, en el mismo sentido que muchos adultos mayores se untan la cannabis para tratar sus reumas, podríamos usar la magia de la cannabis u otros estupefacientes con fines terapéuticos, para husmear en la memoria, a ver qué conserva del material que buscamos: adelantar, retrasar y pausar lo que nos interese; pero como las drogas, por definición, alteran la conciencia, podríamos implantarnos otros recuerdos, quién sabe qué vida estaríamos recordando…
10. ¿Qué tal si hackeamos la memoria con la técnica de Marcel Proust?, estimulando ciertos recuerdos por medio de nuestros sentidos; pero es difícil saber qué olor y qué sabor van a detonar los recuerdos que queremos, y la prueba de que no funciona cualquiera, es que todo los días, todo el tiempo, olemos y degustamos cosas que no nos evocan nada…
11. Podríamos experimentar con otros sentidos. La vista no, porque es un sentido muy sobrecargado, el tacto tampoco, porque rara vez cumple funciones de ese tipo… el oído parece bastante bueno, y nos ofrece la ventaja de que abunda el material para estimularlo, en concreto, con la música. En la red están prácticamente todas las melodías que hemos escuchado en nuestra vida. Podríamos confeccionar una lista, no con criterios estéticos, sino de asociación mnémica y, sin mayor dificultad, crear el soundtrack de nuestra vida, o de un periodo o de una serie que nos interese. Gracias a este artificio viajaríamos en el tiempo y el espacio: escucharíamos las voces de personas que ya no recordábamos, volveríamos a sentir la emoción de esos viejos amores, de algún viaje significativo, regresarían aquellas imágenes del barrio y la ciudad que fueron cambiando hasta desaparecer, en suma, veríamos pasar nuestra vida durante los minutos que dure la playlist. Lo mejor es que ese soundtrack sería como un cifrado ultrasecreto, sólo nosotros seríamos capaces de descifrar las emociones ocultas en cada canción. Lo malo es que, si bien la música que escuchamos, varía de persona a persona, entre todos escuchamos lo mismo; no sería improbable que nuestra vida, que creemos tan exclusiva, fuera idéntica a la de alguien más, en cuanto a recuerdos musicales; por otra parte, sería humillante que nuestros momentos más sagrados, codificados en una playlist, fuera exactamente la misma lista que usa algún Fulano para trapear el piso de su casa…
12. Hay que considerar que para algunos es inútil pensar en el pasado o el futuro y, la conozcan o no, coinciden con la frase que Facundo Cabral le atribuía a su madre: «Cuida el presente, ya que es la estación donde pasarás el resto de tu vida». Supongo que, desde esa perspectiva, la mejor opción para atender la nostalgia es ignorarla. A mí, sin embargo, no se me hace tan buena. Entiendo y comparto que el tiempo más importante es el presente, por lo que decía doña Sara, pero se me hace absurdo renunciar al pasado o al futuro, como se me hace absurdo la gente que no se interesa en la ficción porque es mera fantasía. Creo que Picasso expresó mejor que nadie la importancia de lo no real cuando dijo: «El arte es una mentira que nos permite ver la verdad». Algo similar pienso del pasado y el futuro. La inteligencia de los humanos nos permite vivir en varios tiempos simultáneos, uno real y otros ficticios, cierto, pero gracias a esos tiempos ficticios podemos aprender de los errores, disfrutar de las veces que nos trató bien el azar, urdir proyectos, tener una idea de quiénes somos y quiénes hemos sido, así, esos tiempos ilusorios inciden en nuestra realidad. Algunos animales viven en el eterno presente, y son encantadores, pero tener una inteligencia de humano para vivir, digamos, como un pez, no se me hace muy atractivo; prefiero la nostalgia, le veo menos peros.